Autor: Javier Capapé
Los fondos soberanos tienen un papel cada vez más cercano a nuestras vidas. Silenciosos, los activos que controlan los fondos soberanos se acercan por primera vez a los 10 billones de dólares. Por dar un poco de perspectiva, si agregásemos los activos de los más de 90 fondos soberanos en activo, este volumen sería superior al del PIB de todos los países del mundo salvo China (26 billones) y Estados Unidos (22 billones). El volumen total de las reservas de divisas que mantienen los bancos centrales en todo el mundo es de 12,8 billones a septiembre de 2021, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Nunca antes los fondos soberanos habían estado tan cerca de igualar en volumen a las reservas de divisas.
Los fondos crecen en volumen en tiempos de pandemia. Casi un 10% en el último año. Muchos de estos fondos, como el noruego gestionado por NBIM, mantienen carteras diversificadas con una fuerte presencia en bolsa internacional. Desde aquel primer trimestre de 2020, en que un virus apareció en Wuhan y se extendió por el mundo entero, el índice S&P 500 se ha revalorizado un 92%, el Nasdaq con sus recientes vaivenes se ha revalorizado un 100% desde los mínimos de marzo de 2020 y hasta el Euro Stoxx 500 mejora un 60% desde entonces. El rebote de las bolsas mundiales, la actividad económica y los precios de las materias primas, han permitido a muchos fondos soberanos y sus gobiernos salvar la doble crisis a la que se enfrentaron con la pandemia: hundimiento de la demanda y precios de los hidrocarburos (los precios se hundieron un 70% pero han rebotado desde abril de 2020 más de un 420%) y crisis sanitaria y económica en casa (casi un 50% de los fondos soberanos se nutren de recursos naturales, la mayoría no fósiles).
Sin embargo, esta pandemia, como otras en el pasado, va a dejar cambios estructurales. Una de las derivadas se vislumbraba ya en el verano de 2020 en plena búsqueda de esa vacuna salvadora que acabara con la pandemia. (Con la vacuna nos confundimos entonces tanto en el tiempo de desarrollo, por pesimistas; como en su capacidad para derrotar al virus en un corto plazo de tiempo, por optimistas). En esa primavera y verano de 2020, cuando el mundo se confinó, y los primeros de los más de 9 billones de dólares en paquetes de apoyo fiscal se implementaron en todo el mundo, los fondos soberanos fueron tomando posiciones.
Algunos, oportunistas, se posicionaron en sectores duramente afectados como el turismo o el entretenimiento. Otros, formaron parte de la solución invirtiendo en compañías como BioNTech, CureVac, Sputnik V o Moderna. En todos los casos, la disrupción del virus consolidó una tendencia que se inició tras la gran crisis financiera de 2008: los fondos soberanos iban a tomar un papel destacado en el desarrollo de sus países. Ya fuera vía inyecciones en el presupuesto público o con el apoyo a empresas nacionales (tanto públicas como privadas), los gobiernos de todo el mundo, y sus fondos soberanos, se embarcaron en una participación más activa en la economía, bastante alejada de las ideas que forjaron el liberalismo de los años 80 en Estados Unidos y Europa.
En este contexto, con gobiernos involucrados en el desarrollo de sus países, los fondos soberanos son punta de lanza. Una de las grandes paradojas a las que están haciendo frente se refiere al modo de afrontar ese desarrollo. En línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible que acordaron 193 países en septiembre de 2015, los fondos soberanos que se nutren de recursos no renovables, idean reducir las emisiones de sus carteras, plantean restricciones al tipo de compañías en las que invertir en función de su fuente energética, invierten en tecnologías que faciliten la transición y desarrollan campeones nacionales y proyectos que permitan diversificar las fuentes de ingresos públicos. Para el 50% de los fondos soberanos, esta transición energética plantea retos inmensos, solo amortiguados por un contexto de precios favorable. La mayor parte de sus ingresos públicos proviene de hidrocarburos (petróleo y gas natural).
Así, en países como Arabia Saudí, el mayor productor de petróleo del mundo (produce casi 10 millones de barriles de crudo al día), el crecimiento de los precios internacionales facilita la transición, pues supone mejorar las proyecciones de crecimiento hasta un 5,7% para 2022, pero a la vez eleva los costes de oportunidad: dejar de invertir hoy en mejorar capacidades y eficiencia en petróleo genera un lucro cesante mayor que en épocas de precios bajos. Así, nuevos proyectos saudíes en sostenibilidad como NEOM (patrocinador de la supercopa de fútbol española recientemente disputada), The Line, o mega desarrollos turísticos como el Red Sea Project, se encarecen comparativamente. Detrás de estas inversiones aparece el omnipresente Public Investment Fund, un fondo soberano dedicado a potenciar las inversiones domésticas que permitan al país (la mayor economía de la región) realizar la transición hacia formas de crecimiento no vinculadas a petróleo.
Dadas la posición de liderazgo, es interesante observar la estrategia seguida por PIF. En la parte oportunista de la crisis se hizo con acciones de referencia en Carnival, convirtiéndose en uno de los tres primeros accionistas institucionales (las acciones de Carnival se revalorizaron un 260% en un año). Solo unos meses más tarde, PIF lanzaba Cruise Saudi, una compañía de cruceros de nacionalidad saudí que desarrollará puertos y terminales en diversas ciudades, en combinación con el Red Sea Project, con esta misma idea de atraer turistas internacionales. De nuevo la lógica de invertir internacional para ganar impacto financiero y económico local.
Otro ejemplo claro se producía en abril de 2020, cuando se conocía el interés de PIF por adquirir el Newcastle United FC, un equipo en apuros deportivos de la Premier League inglesa. En octubre de 2021 cerraba la adquisición en consorcio con otros socios, pagando 350 millones de euros. ¿Por qué PIF compra un club inglés? Hay dos motivos estratégicos: controlar un equipo de fútbol permite desarrollar relaciones locales y regionales que aumentan las oportunidades de inversión. Los desarrollos inmobiliarios en Manchester de los dueños emiratís del City son un ejemplo claro y cercano. En este caso, el creciente negocio de la energía eólica marina en el Mar del Norte parece una derivada natural para un país que planea instalar capacidad renovable de casi 60 gigavatios para 2030. El otro gran motivo ataca otro de los problemas de los países de la región del Golfo: su reputación. Piensan en Riad, que el country branding, como dicen los anglosajones, mejorará fruto de la inversión realizada en este club que pertenece a una liga seguida por millones de aficionados de todo el mundo. Solo la temporada pasada, la Premier tuvo 3.200 millones de tele espectadores y más de 500.000 turistas llegaron a Reino Unido (en plena pandemia) para asistir al fútbol en los estadios. Esta reputación mejorada permitiría ahondar en los planes turísticos del país en las próximas décadas. Inversión de largo plazo puro.
Otro ejemplo interesante, más doméstico, lo tenemos en Asturias. En 2016, el fondo soberano de Baréin, Mumtalakat, se hacía con el 49% de Aleastur, un grupo industrial líder global en tecnología de aleación de aluminio. Cinco años más tarde, Aleastur comenzará su primer centro productivo fuera de Asturias. En concreto, la empresa lanzará una planta de aleaciones en Baréin. La lógica del desarrollo y el aprendizaje en estado puro. Inversiones internacionales con impacto local. Inversión internacional con una mentalidad de aprendizaje y desarrollo de capacidades que permitan, paso a paso, disminuir la dependencia—atractiva y pegajosa—del oro negro. Si estos ejemplos, junto a muchos otros en diversos fondos del mundo, impulsados por una lógica de desarrollo y sostenibilidad (ambiental y financiera) pasarán de anécdotas a cambio estructural, solo el tiempo lo dirá. Estaremos atentos.
Autor:
Javier Capapé, es el Director del programa de investigación en Fondos Soberanos del Centro de Gobernanza del Cambio de IE University, además de Profesor Asociado de la misma universidad, donde imparte Economía Pública, Historia del Pensamiento Económico y Organización Industrial. Doctor por ESADE y la Universidad de Illinois (EE.UU.), Capapé ha sido Consultor para Naciones Unidas sobre Fondos Soberanos y Cambio Climático. Desde 2012, es Investigador Asociado de SovereigNET, el grupo de expertos en fondos soberanos de Fletcher School de la Universidad de Tufts (Boston, EE.UU.) Además, es Editor de la serie de informes sobre Fondos Soberanos, una iniciativa promovida junto a ICEX-Invest in Spain. Ha publicado en revistas académicas de prestigio como la Academy of Management Perspectives o en Oxford University Press. Su investigación centrada en fondos soberanos, gobierno corporativo o geopolítica, es citada regularmente en medios internacionales como Financial Times, The Economist, Wall Street Journal o Reuters.